En la soledad del sillón de la residencia revives tus ochenta
y muchos años. Son tantos que no estás seguro.
Es normal, eso dicen. Al menos eres de los afortunados que pueden disfrutar del pasado,
aunque sea lo único que te quede.
A veces navegas por tu infancia.
Se empeñan en decir que eran tiempos duros, pero a ti te sigue haciendo feliz
el sabor del hielo en los labios mientras pastaban las ovejas.
Ahora que duermes menos y comes más, no recuerdas el frío ni el hambre.
Hay días en que todo parece un poco confuso y no sabes
muy bien quién te sacó aquella mañana del pueblo,
pero la escena se te aparece como si fuese ayer: un azul
que no creías real, el vaivén de las olas y aquel ronroneo salado.
Desde tus montes, nunca has envidiado a quienes nacieron
junto al mar y no son capaces recordar la primera vez
que estuvieron ante su inmensidad.
Amor Muñoz Bécares
VALENCIA
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