jueves, 23 de junio de 2016

ANTOLOGÍA 2014: LA BACÍA




LA BACÍA
-¿Le rapo a vuesa merced las barbas? -le dijo alzando la bacía.
El caballero montaba alfana, calzaba bruñidas espuelas, lucía luengas barbas y se tocaba con chambergo ornado con una larga pluma colorada. Recorría el mercado como quien revista a su tercio antes de combatir, y las mozas le miraban curiosas rebujándose para murmurar sin ser vistas. Se detuvo, se mesó los largos bigotes y miró con displicencia al barbero.
-Aún no ha nacido el ferrero que bata el metal de la bacía con la que un barbero remoje las barbas a este fijodalgo y cristiano viejo –habló como quien lanza un desafío-. Que son seña de señorío y jamás vieron a su dueño usar las manos para trabajar.
-Advierto a vuesa merced que esta bacía tocó la cabeza de otro fijodalgo que desfacía entuertos y socorría a los menesterosos como si de caballero andante se tratase –respondió muy digno el barbero.
-Si la usó como tocado, a fe mía que ese caballero debía tener perdido el juicio y nadie atendería a sus razones.
-Yo le escuché una que hace al caso, y es que con cualquier trabajo se facen grandes las Españas.
-¡Jamás se habrá pronunciado tamaño desatino a uno y otro lado de la mar océana! –exclamó enojado el caballero.
-Puede vuesa merced pensar lo que quisiese, pero parecíanme los dichos de aquel caballero andante atinados consejos, y los de vuesa merced desatinadas consejas.
El caballero tentó la espada, fijó sus ojos en los del barbero, que le mantuvo la mirada mientras sostenía la bacía en una mano y la navaja en la otra, fuese, y no hubo nada.

Manuel Montes Rodríguez
(VIII Antología)



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