MONTADA EN ROCINANTE
Es que cabalgo montada
en Rocinante a pesar suyo,
porfiada en ser Aldonza
y no la Dulcinea.
Tejo y destejo mi
versión del mundo en su romance.
Le rezo al mismo Cristo,
la misma Virgen y voy tras sus molinos,
en una geografía de cuyo
nombre me acuerdo, ciertamente, todo el tiempo.
Loca y delgada voy,
enamorada hasta los huesos de su rostro y sus requiebros,
y amarrada a su cuerpo,
estrujado por tantos contratiempos.
Ya no sé si soy la mitad
de mi amado, su doble, su novia o su reencarnación.
Ya me extravío en el
tiempo y el espacio recorriendo soledades con Antonio.
Y escucho el ardiente
suspiro del dolorido Garcilaso mirando el Tajo eterno.
Me llega a las entrañas
la pasión salmantina de Calisto y Melibea en el muro de amor.
Y me hiere cada
embestida de un oscuro toro a las cinco en punto de la tarde
y entonces antepongo a
los huevos de la muerte
el escudo de palabras
que me legó un tal Blas.
Para la libertad no
encuentro mejor himno que Miguel,
ni encontré en el galope
solitario, dolor comparable con el suyo.
Y a cada trote de la
vida me restriego al poderoso caballero don dinero,
reconociéndome tierra,
humo, polvo, sombra o nada.
Y a veces en mi aldea,
me conmueve Borges, cargando el destino de una patria nueva;
desprovista ante sus
ojos ciegos, de mitos y pasados.
Y tal vez yo sea solo
una bastarda mestiza, acunada en guitarras de Atahualpa.
Guiada en rebeldía y
desengaño en tangos de Discépolo.
A veces, simplemente,
tejiendo telarañas de versos,
pienso si acaso seamos
los de aquí, los espectros de España,
en la montura incompleta
del Quijote.
Ana Mª González
Seudónimo: Berenice
Profesora de Latín, Lengua y Literatura española
ARGENTINA
(VIII Antología)
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