COSAS
Me
preparé para la salida definitiva. Cargué mis tesoros más queridos y pronto
advertí que a varios no los podría transportar. Eran libros y otras cosas que
me dolía abandonar, así que postergué la partida.
Me
tomé un tiempo para memorizar pequeños objetos, fotos de viejas relaciones,
recuerdos de familia, noviecitas. Evoqué palabras solo mías.
No
fue suficiente.
Sentía
que se me hacía necesario llevar en algún lado el canto de los pájaros, de esos
gorriones que ignoraba si volvería a encontrar. ¿Y los horneros?, ¿habría
horneros? Aspirar a borbotones la fragancia de la hierba húmeda que en mi
destino seguramente no nacería o no sería tan hierba o tan húmeda. Allí
encontraría setas. Pero ¿cuáles eran las buenas? ¿Cuáles separar?
Constatar
el rumbo de los vientos compañeros para otearlos donde fuera. Ombúes había,
pues los había visto en la costa. Pero ¿y el mar? ¿Cuál será el sabor del
Mediterráneo? ¿Qué sensación sentiría al correr una gota suya en mi rostro?, ¿será
más pesada que una lágrima?
Qué
haría con los vientos que aquí me señalan, me susurran. ¿Cuál traería humedad?,
¿y cuál calima? ¿Cuánto tardaré en aprenderlo?, ¿y si son cosas que solo se
aprenden en la niñez?
Volví
a mi valija.
Desempaqué
títulos y documentos que certificaban habilidades insignificantes en otras
latitudes, y aún tenía sobrepeso. Aparté mis conversaciones de horas perdidas
con camaradas, de escaso valor para mis anfitriones, y escondí en mi corazón la
lengua materna que donde iba ninguno hablaba.
Una
a una me desprendí de estas cosas y al concluir, abracé a mis amigos y partí,
sin advertir que llevaba en las solapas partículas del polen de los árboles de
mi calle cuyo perfume se constituiría en un invalorable seguro de retorno.
Nació en MAR DEL PLATA en 1948, donde reside
(XIV Antología)
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