ESPAÑA PEREGRINA: IDA Y VUELTA
Después del frente, la retirada.
Casi medio millón de personas cruzaron a Francia entre
enero y febrero de 1939, a pie, bajo bombardeos: milicianos, mujeres, niños y
ancianos, algunos heridos y enfermos. Extenuados, el frío y la montaña
obligaban a dejar por el camino bultos improvisados con la poca ropa, algún
recuerdo, las fotos familiares… un reguero amontonado a lo largo de la cuneta.
Perseguidos, la huida por la guerra perdida llevó a los
vencidos a países desconocidos, desparramándose por todos sus rincones.
En el caso de mis padres, jóvenes casi niños, el La Salle
fue la esperanza, sus veinte años todo su equipaje. Así se lanzaron, como
botellas al mar buscando respuestas, otra vida que esperaba allí, donde el mar
termina. A esta altura, ya, un solo combate: ganar un nuevo día, cada día, en
cada esquina.
Otros lugares, otras culturas, e incluso ya en América el
mismo idioma pero otras las palabras. Para los que se fueron y para quienes se
quedaron fue una expiación larga y dolorosa, rompecabezas de miles de piezas:
familias llenas de vacíos, de ausencia, llenas de silencios. Un duelo diferido.
«Facer Españas» fue también formar familias y, junto con
el aprendizaje de costumbres, comida, historias y saberes locales, continuar la
presencia española en los países de acogida: costumbres, comida, historia,
saberes, habilidades. Mestizaje transformador.
Muchos peregrinos de la España democrática dejaron sus
cenizas en las nuevas tierras donde sembraron hijos y nietos que en muchos
casos hoy, empujados por otras formas de guerra, más sutiles pero donde la vida
está igualmente en juego, vuelven a la tierra de padres y abuelos buscando
recibir la aceptación generosa, como la que aquellos países brindaron a los que
de ellos hicieron una nueva patria, agradecidos con la nación que les dio una
oportunidad y asumieron como suya.
Helena González
Editora
Profesora en la Universidad Central de Venezuela
(XI Antología)
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