EL CÁLAMO ES
MÁS FUERTE QUE LA ESPADA
En la
penumbra de su celda austera, Isidoro, obispo de Sevilla, levanta su vista de
la última página de La ciudad de Dios. En ella, su autor, Agustín, doctor de la
Iglesia, se aferra a su fe para no sucumbir. Los godos habían saqueado Roma y
toda una civilización acababa de ser destruida.
Agustín —quien
murió en Hipona, asediada por los vándalos— tuvo razón, la ciudad espiritual de
Dios prevaleció y con ella la cultura clásica, ya intrínsecamente ligada a la
cristiandad. La espada bárbara fue vencida por la cruz y por el cálamo. Los
conquistadores fueron conquistados al recibir el bautizo en la fe de Cristo y
adoptar el latín por lengua.
Dios es
inconmovible en su eternidad, pero el tiempo de los hombres es inseguro. La
civilización occidental no se ha desvanecido, pero su estado aún es precario.
Los godos, que gobiernan como una casta y someten a la población hispanorromana,
mantienen la costumbre bárbara de guerrear y asesinarse entre ellos para
ceñirse la corona; las ascuas de la herejía arriana aún perduran y desde
oriente llegan los ecos de una nueva fe que ha decretado una guerra santa,
cuando ninguna lo es.
Sin legado
ni sabiduría los hombres poco distan de las bestias. ¿Cómo seguir siendo
romanos cuando Roma cayó hace dos siglos? A Isidoro se le hace urgente compilar
todo el saber clásico antes de que se extravíe del todo, una tarea intelectual
no menos heroica que la que llevó a cabo Hércules separando Hispania de África.
Y si no son romanos, ¿qué son? ¡Hispanos!, los albaceas de Occidente. Isidoro
empuña el cálamo y comienza a escribir su obra Etimologías.
Héctor
Daniel Olivera Campos (Badia del Vallès, Barcelona)
No hay comentarios:
Publicar un comentario