«… El emperador, ya sin
los compromisos de Estado, los viajes y guerras que había tenido que asumir y
contemplar, tenía frente a sí la imagen de aquel jardinero… aquel hombre,
diligente y cordial, daba un gran valor a unos poco palmos de tierra para traer
vida y alimento a su comunidad» (pág. 66, Carlos José Reyes Posada).
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