PIETAS
4 de abril del 636, Isidoro, hijo y obispo de Dios
Hoy,
cuando mi cuerpo es viejo y débil, como débil es todo lo que vive fuera de ti,
llegada la hora de alejarme del mundo de las cosas naturales, hechas ya las
penitencias y escritas ya las obras que ha movido tu pluma divina, mi
pensamiento es para las muchas gentes ignorantes de los pueblos de Hispania y
para los herejes priscilianistas, gnósticos y maniqueos que aún no comprenden
tu creación ni el papel central del hombre en la Tierra.
Tiemblan
las gentes que todo ignoran ante el rugir del Etna, imaginado en su interior
las fraguas de Hefesto movidas por el soplo monstruoso de Tifón, y ante el aire
infecto de la peste que transportan los vientos y las nubes y que no deja
respiro ni aviso, arrastrando campos, almas y bueyes a la muerte con su
putrefacto aliento.
Tiemblan
de superstición sin entender los cursos del Sol y la Luna que regulan las
divisiones del tiempo. Temen a los planetas, sin comprender la prima causa y que nada
sucede si no es por ella y que la destrucción es a veces condición del orden de
la naturaleza; que la peste es voluntad de Dios y no la mueven paganos cíclopes
ni gigantes, sino la ira de Dios que solo grandes pecados merecen. Tiemblan
ante la muerte que no entienden, ante su propia muerte.
En esta
hora en que presiento feliz tu divino cielo y dejo este mundo en el que tanto
amé tu reflejo, qué más puedo darles, Señor, si ya les di tu conocimiento que
se revela en la naturaleza. Juan y Esparcio, obispos como yo de Dios en la Tierra,
repartid mi última hacienda, entregad mi pan a los que tienen hambre de pan y
repartid mis libros entre aquellos que tienen hambre de alma.
Para
los que no te comprenden, Dios mío, es mi última plegaria.
I. M. Fernández
(XVII Antología)
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