«… Todo
el interés que el rey tenía en él era que le proporcionase una divisa para su
escudo. “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”, dice el Eclesiastés. Observó
los dedos pulgares que se venían deformando hasta quedar superpuestos a sus
vecinos. “Tanto monta”» (pág. 86, Jorge J. Codina, «La divisa»).
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