UN
TROCITO DE ESPAÑA
La abuela tenía rostro de
primavera, en él la risa florecía sin descanso. Dejó su Sevilla natal cuando el
hambre, la soledad y el amor la condujeron hasta Buenos Aires. En los primeros
meses no paró de llorar, sintiendo el alma corcoveando, tan íntimamente ligada
a los difuntos de España, que temió que una ráfaga de viento la sacara por la
boca.
Un día, tiró por la ventana las
lágrimas, presta a rescatar ese trocito de España, tan querido, que se escondía
en el recuerdo. Lo desplegó con mimo y decidió compartirlo con la vecindad, con
la que se codeaba a ritmo de tangos. Recuperó las ganas de soñar mientras
entretejía coplas y bulerías que ataba a su balcón, junto a los geranios y
gardenias. La alegría recobrada se nubló al rato: el primogénito fue carne de
camposanto. Esta puñalada no la desgajó, sino que le proporcionó el equilibrio
perdido al abandonar la patria: esta vez sintió el alma bien amarrada por los
vientos invisibles, tanto de los muertos de un lado del océano como de los del
otro. Poco después nació Rocío, mi madre, y cuentan que su presencia iluminó la
casa igual que el sol un patio de Triana.
Punteando sevillanas enseñó a
preparar gazpacho a medio barrio, a bordar mantelerías al otro medio y a reírse
de las penas a todos los demás, mientras taconeaba dichosa. En Semana Santa
cantaba saetas desde la balconada al Cristo de los Gitanos y a la dulcísima
Macarena, provocando llantos y suspiros de los residentes que no conocían tan
devotos pasos.
Me legó el gusto por la vida, la
receta de la pringá y el amor por su tierra natal, de la que disfruté ya en
Buenos Aires, pues la abuela creaba España con cada suspiro.
Acabo de pisar suelo español y ya
siento la fuerza irresistible de la tierra, madre, que tira de mis huesos. Me
reconoce porque huelo a ella.
M.ª Teresa Echeverría Sánchez
Escritora
MADRID
(XII
Antología)
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