ALGECIRAS, PUENTE SOBRE LA CALLE DE AGUA
Vivo
en Algeciras, la ciudad de la bella bahía, como la llamó uno de sus cronistas
oficiales.
Es
mi ciudad un enclave único, privilegiado, rodeado por todas partes de una naturaleza
exuberante y generosa. Dos parques nacionales como son el del Estrecho y el
parque de los Alcornocales, donde habitan especies únicas en la flora y fauna
universales, la circundan y la ornamentan de verdura y magnificencia.
Pero
la ciudad en sí no es monumental ni turística ni posee ricos enclaves preñados
de historia ni de rancio abolengo, pues fue destruida hasta en cuatro ocasiones
en la mal llamada Reconquista, tanto por moros como por cristianos, en una
táctica terrible de tierra quemada, que fue nociva para nuestro patrimonio
histórico y sentimental.
De
todos modos lo más hermoso de Algeciras no está en sus monumentos o en sus
pintorescos rincones, sino en haberse convertido en ejemplo vivo y patente de
la convivencia cuasi perfecta entre gentes de múltiples nacionalidades, credos
y creencias, de todas las sentimentalidades y de todas las razas, idiomas e
idiosincrasias, que conforman un variado y multicolor daiquiri de culturas y un
crisol de costumbres y tradiciones, que viven en armonía y en maridaje
completos.
En
Algeciras se funden en un abrazo el zéjel y el fandango, el soneto y la casida,
el flamenco y la música andalusí, la guitarra de Paco de Lucía con la música de
Zyryab y las voces bereberes y rifeñas.
Es
Algeciras, por tanto, un lazo que abraza las dos orillas más desequilibradas
del mundo, un puente sobre la calle de agua que es este Estrecho que tiene la
garganta tan pequeña que en ella se quedan varadas muchas pateras que llevan a
bordo personas sin papeles, sin nombres, pero con las espaldas mojadas y las
maletas ahogadas en lágrimas.
Licenciado en Filología Hispánica
Nacido en ALGECIRAS (Cádiz) en 1966
(XIII Antología)
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