EL
EQUIPAJE
Siempre
esa misma fecha. Aquella que para tantos niños era un día especial, para él
quedó marcada en el calendario no como el principio de un nuevo año, sino como
el inicio de la soledad y la añoranza. El 24 de septiembre, como cada año, su
madre le hacía la maleta entre sollozos y desaires del pequeño, en un vano
intento de quedarse en su casa, donde se sentía fuerte y seguro; en lugar de
alejarse otros eternos diez meses, que se hacían un océano de distancia
imposible de cruzar.
Con
más dolor que él, su madre, sonriente y benévola, lo calmaba: «¿Es que no lo
ves? Has venido a este mundo para ser alguien más. Tienes que salir y “facer
España”, hijo». Y así, aún sin entenderlo, ese cántico maternal con el que se
despedían, era su único aliento en las duras noches de invierno en las que los
brazos de su madre ya no estaban para calmarlo.
Con
el paso del tiempo, las penas y los llantos cesaron, pero no así los viajes,
arropados siempre bajo ese mantra maternal que se convirtió finalmente en su
único equipaje necesario. Quizá por azar, quizá empeño de aprender y entender
aquella frase, ese niño acabó convertido en maestro, como le gustaba que lo
llamasen los pequeños para los que él era ahora su calma y abrigo.
Así,
viajando por recónditas comarcas y valles olvidados, empezaba cada curso un
nuevo año para él, rodeado de desconocidos entre los que acabó encontrando su
lugar. Algo inexplicable para sus pupilos, quienes le repetían el mismo
interrogatorio: «Pero, maestro, ¿por qué vivir tan lejos? ¿Es que no hay
escuelas o niños de donde usted viene?». Una pregunta que respondía con la
sonrisa de la experiencia: «Porque “facer España” es conocer y vivir, es
entender y respetar, es en definitiva convivir; y solo cuando está uno lejos
del hogar, puede entenderlo y hacerlo comprender al resto».
María G. C.
(XIII Antología)
María G. C.
(XIII Antología)
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