
LABERINTOS
Y CRUCES DE CAMINOS
Recuerdo
cuando leí El laberinto de la soledad de Octavio
Paz. Intentando ahondar en la identidad del mexicano, Paz acudía a los
descendientes de aquellos novohispanos (más tarde mexicanos) que fueron
asimilados por los Estados Unidos en el siglo xix.
Estos pachucos, a los que allá por 1950 se les prohibía algo tan
elemental como poder expresarse en español en público, han ido sin embargo
transformándose en lo que en realidad siempre fueron: parte irrenunciable de
esas Españas plurales y diversas que se encuentran en ambos hemisferios y
muchas latitudes.
Recuerdo
que por entonces viajé a Estados Unidos a conocer aquella realidad,
aprovechando mi condición de «espalda mojada». Dallas fue mi destino y,
sorprendentemente, se abrió de par en par para mí una parte de las Españas en
el corazón de aquella arquitectura fascinante y ritmo frenético propios del
imperio americano anglosajón…
Paseando
por las calles del downtown no oía más que
hablar español, ese «No vaya por allá que no hay nada, señor, vaya del otro
lado» cada vez que preguntabas por una dirección; carteles en inglés y en
español me mostraban una realidad bilingüe entre constantes menciones a
«amigo», «arena», «rodeo», etc. Era realmente como si siguieras en México, en
esta España tan nuestra en el otro lado del océano. Un hito, en pleno centro de
la ciudad, unía al explorador Francisco Vázquez de Coronado y al general Sam
Houston. El laberinto de la soledad señalado por Octavio Paz parecía encontrar
solución en este particular cruce de caminos en que se ha convertido Dallas, al
igual que muchas ciudades de Norteamérica, donde los hispanos siguen «faciendo
Españas» con su presencia y aliento en la democracia más poderosa del mundo.
José Manuel Rodríguez Pardo
Doctor en Filosofía
Profesor de Enseñanza Secundaria
GIJÓN
(XIII Antología)
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