«El 24 de septiembre, como cada año, su madre le hacía la maleta entre sollozos y desaires del pequeño, en un vano intento de quedarse en su casa, donde se sentía fuerte y seguro… Así, viajando por recónditas comarcas y valles olvidados, empezaba cada curso un nuevo año para él, rodeado de desconocidos entre los que acabó encontrando su lugar» (pág. 202, María G. C., «El equipaje»).
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