DOS
HOMBRES
Los
dos hombres buscan la brisa árida que concede un sol continental. Hablan bajo
la madera noble de los techos, entre el frescor conventual de los arcos de
sombra y las fuentes. El de rostro alargado y barba calvinista viste de negro y
parece cansado. El otro, nervio férreo bajo frágil carcasa, escucha estoico
bajo su hábito franciscano. Los dos, el virrey y diplomático, el inquisidor y
obispo, recuerdan estepas castellanas y prados vascos mientras admiran la
tierra ocre y verde tras la ventana.
Uno ha
plantado cara y armas a Hernán Cortés. El otro ha rechazado, sereno, prebendas
imperiales. Ambos han traído la imprenta y la moneda, han explorado territorios
sin mapas, han visto guerras y cadáveres y, pasados los días y los años, se han
convertido en hijos de esta región amada. El político enseña al religioso la
cédula y la firma de Carlos I, el decreto que hace nacer la primera universidad
del nuevo continente y la segunda del Nuevo Mundo. Nos gustaría suponer que
entre ambos se despertó la sutil emoción de las buenas noticias.
Y entonces Antonio de Mendoza y fray Juan de Zumárraga, castellano y vasco ahítos de biografías extraordinarias, celebran entre sorbos de agua clara y ráfagas de una brisa blanca saltar el mar desde la vieja España y, como intangible regalo eterno, comenzar a construir una herencia limpia de conquistas, castigos y turbias conciencias: traer la luz, el saber y el idioma.
Vicente Ortí Hernández
Nacido en Valencia, reside en Inca (Mallorca)
Y entonces Antonio de Mendoza y fray Juan de Zumárraga, castellano y vasco ahítos de biografías extraordinarias, celebran entre sorbos de agua clara y ráfagas de una brisa blanca saltar el mar desde la vieja España y, como intangible regalo eterno, comenzar a construir una herencia limpia de conquistas, castigos y turbias conciencias: traer la luz, el saber y el idioma.
Vicente Ortí Hernández
Nacido en Valencia, reside en Inca (Mallorca)
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