«Mi hermano volvió un día de la
clase de Historia asegurando que ya había encontrado su vocación. Ilusionados,
mis padres esperaban que fuera la abogacía, la arquitectura o la docencia, pero
él, solemne, respondió que quería ser como san Isidoro de Sevilla. La sorpresa
fue mayúscula. Que alguien tan lejano en el tiempo fuera su modelo a seguir en
un principio alarmó a mis progenitores que, lejos de desalentarle, esperaron
prudentes a ver a dónde conducía tal aspiración…» (pág. 22, Paloma Hidalgo
Díez, «La inspiración»).
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