viernes, 23 de julio de 2010

ETERNIDAD

Ana Calpe Prades, de BARCELONA

La primera vez que visité el Rijksmuseum no lo vi, perdido como estaba entre los grandes maestros holandeses. Lo he descubierto veinte años después, viajando con mi hijo adolescente: un cuadro muy pequeño, desde el que, sin embargo, se asoma la eternidad.

Una madre, sentada en una silla, tiene a su hija arrodillada a sus pies, con la cabeza en el regazo. La está despiojando. Se la ve absorta en su tarea. Un perro color canela mira hacia fuera. Un haz de sol entra por la puerta e ilumina la penumbra.
Empiezo a llorar conmovida. Por la ternura de la madre, por la pequeña cabeza confiada, por los cabellos dorados. Por tener el privilegio de estar allí. Entonces, mi hijo me abraza, y con timidez me sonríe y me dice: Te quiero mucho. Y acepto agradecida su consuelo y ruego para que este instante permanezca.

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