martes, 20 de julio de 2010

MAR INTERIOR

Silvia Rodríguez, de LA PLATA, ARGENTINA

Sola en la playa, recoge de la arena una caracola blanca y grande.
Ella, como este mar brillante y de olas mansas, era un océano profundo y azul en el que nadaban libremente los delfines y por las noches cantaban las sirenas. Las tortugas desovaban en sus playas y la navegaban los barcos de papel. ¿Cuándo fue que sus aguas danzantes se volvieron turbulentas?
Fue un choque, un cimbronazo, un desenfreno. El único y casual encuentro abrió una herida en su costado por la que comenzó a escurrirse, gota a gota. No le quedaron lágrimas, sólo un inmenso hueco y en sus esquinas rocas de sal. Se volvió dura, insensible, seca.
No volvió a llorar.
Con la mirada perdida en la masa líquida, apoya la caracola en su oreja y oye la marea que crece en su interior. El agua la invade, la vulnera,
la estremece, la inunda y se derrama, salada, de sus ojos.

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