Mi padre fuma un cigarro aprovechando que mi madre ha salido.
Cuando la oye volver lo apaga espantando el humo a manotazos.
Me dice: “Cuando llegues a mi edad, no hay Dios sino médicos”.
Tampoco podría fumar en el Paraíso.
Que no comas esto por el colesterol, ni aquello por la presión;
que si te quedas quieto el corazón se te atrofia
pero que si te mueves demasiado se encabrita.
Que si vas a jugar barajas no vuelvas tarde.
Que te quieren en el sofá mirando tele o entreteniendo a los nietos.
Que te quieren regar tres veces por semana para que no te marchites.
A los viejos se los conserva para evitar remordimientos.
Tenemos deudos, no familia.
No olvides nunca que eres un mamífero”, dice mi padre,
“y no debes vivir como una planta”.
Vuelve a encender el cigarro y al mirarlo a los ojos descubro
que es cuando calla que más dice.
Humberto Rubén Lázaro
BUENOS AIRES (Argentina)
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