LA SEÑORITA
La señorita era bajita, con el vientre abultado,
sin cintura apenas, prominente el tozuelo, fondona la
barbilla.
Calzaba botas de media caña,
cubriendo unas piernas gruesas, algo zambas,
anadeando al caminar.
Sin embargo, todos en el cortijo la queríamos.
La señorita nalgueaba sin aviso de un lado para otro,
sin aviso se iba al corralón
o traveseaba fuera, por el camino grande.
Así también le vino la muerte, sin aviso.
Se había metido en la cama temprano, desganada, con
fiebre,
y cuando cantaron los gallos ya tenía la sonrisa helada.
Mi madre dijo que, dentro de lo malo,
se había ido sin darse cuenta.
La señora, llorando, la contradijo:
-No creáis, no. La señorita, a su modo, algo sabía.
Manuel
Terrín Benavides
ALBACETE
(II Antología pág. 15)
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