EL MURO
El mimo se puso un traje
de ladrillos estampados, se maquilló cuidadosamente la piel de la cara y las
manos con hollín y se quedó completamente quieto en mitad de una calle
peatonal. Fue tan buena su interpretación que pronto se llenó de carteles
electorales y grafitis multicolores. Los perros se acercaban hasta él para
hacer pis y, con el paso del tiempo, dividió a la ciudad en dos partes. Nadie
supo muy bien por qué dos militares comenzaron a pedir la identificación a
quien deseaba pasar al otro lado. Poco después, otro mimo disfrazado de
alambrada se tumbó encima del muro y ya no hubo manera de cruzar.
Ulyses
Villanueva
MADRID
(VII Antología pág. 11)
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