BALADA PARA UN LOCO*
Para Sancho la novedad cayó una tarde cuando vio en la
casona
de Alonso Quijano aquel escritor ciego, inseguro en su
andar, con
sus pupilas ausentes y bastón de empuñadura de plata.
El fiel campesino afiló la agudeza de sus oídos. Palabras
perdidas,
le llegaron apenas: “Quevedo, Góngora, Borges”. Sancho
sintió
que su corazón bombeaba con prisa. Aquellos eran los
nombres
de los nuevos caballeros andantes con quienes, por fin,
Quijano
libraría batalla. Nunca había escuchado semejantes
apodos.
Desde aquella tarde en más, Alonso Quijano sale envarado
en su
chaquetón y pantalón negros, montado sobre su Rocinante
cuando
la luna agujerea el cielo con su luz temprana. Sancho no
le pierde
pisada arriba de su asno. Lo sigue a cierta distancia con
paso
cansino. Después de afilar el facón de Alonso Quijano,
Sancho
prepara su montura y ambos rumbean por las callejas
angostas y se
apean en un edificio con un cartel que, según Quijano,
dice “El viejo
almacén”. Los dos amigos suelen ingresar por separado.
Don Alonso
siempre elige, en medio del humo de apretados cigarros,
la misma
mesa y se sienta solo.
Jamás habla con ninguno de los presentes. Sancho se
acurruca
en un rincón donde únicamente beben los desesperados.
Los parroquianos del lugar son hombres con la cara bordada
de
cicatrices y facones brillantes en la cintura. Sin ningún
anuncio,
a eso de la medianoche aparece en el escenario donde
cuelgan
cortinitas de tul, una mujer diminuta quien arranca una
voz áspera,
que acaricia, hasta tocar la figura esmirriada de Quijano.
Canta para
él. Solo para el hombre de traje negro y barba en punta,
temblorosa.
Todos lo saben y nada dicen. Balada para un loco es la canción
que Dulcinea, todas las madrugadas, le dedica con dulce
amor al
Caballero de la Triste Figura.
* Tango canción compuesto por el músico argentino Astor Piazzolla y el
poeta uruguayo-argentino Horacio Ferrer.
Diana Irene Mª
Blanco Ciriza
Profesora en Letras por la Universidad Nacional de La Pampa
EDUARDO CASTEX (Argentina)
(VIII Antología pág. 43)
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