AÑORANZA SECRETA
Quisiera encontrar la raíz de mi cabellera nívea en el
macizo Galaico, el dorado en los trigales de Castilla que retozó entre mis
cabellos, cuando joven; porque tengo un recuerdo donde el tiempo añeja su
aroma.
Tengo
parientes lejanos sin propósito de encuentro, y en mi corazón llevo clavada una
astilla del velero español que cruzó el mar de los Sargazos, cobijando la
primera vid para los valles de Arequipa. Y estoy aquí, frente a mausoleos de
roca ignimbrita y silencio, profanados por el tiempo y la indiferencia, con los
apellidos de aquellos colonos castellanos, en alto relieve y cansados de tanto
perseverar.
Alguien
me contó que llegaron sin más brújula que una copla, anhelando el primer
zumbido de insecto, que pasaron de largo por la Lima virreinal para anclar en
las playas sus escudos heráldicos y desenvainar el arado.
Ojalá
yo pudiera reconstruir ese velero con maderos de bandurrias que murieron sin
descendencia, y alcanzar la otra orilla para espiar el jardín donde el abuelo
que nunca conocí amó a la mujer que me heredó el color de sus ojos, robarle el
perfume a unas flores de azafrán sin profanar su religión, y reescribir nuestra
historia. Recién entonces lograré descifrar la añoranza secreta de los últimos
lonccos chacareros; en la rudeza de sus manos y la picardía de sus carnavales,
porque a pesar de haber abrazado el idioma romance con el quechua dulcito de
los Andes, atesoraron el “facer Españas” en sus yaravíes, al pie de un volcán,
con rima y todo, y purito sentimiento.
Dejaré flores en aquellas osamentas que ya se funden con
la aridez de una llanura que antaño rebozó de maizales y amores prohibidos, y
diré a mis nietos que la semilla sabe reconocer la copa del árbol aunque el viento
le robe el follaje.
Dina Lourdes Vargas
Guillén
Bióloga
(IX Antología)
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