AL ENCUENTRO DE ESPAÑA
Llevo casi tres décadas peleándome con España; con la
España que siento, con la que algunos me tratan de imponer, con la que amo, con
la que sufro, con la que intuyo. Con la España ingrata para con sus mejores
hijos, con la España pródiga que todo lo perdona. Con la España mediterránea
que forjó el tesoro de mi infancia; con la España cantábrica en la que nací,
feraz y honrada. España ha sido un pilar de mi biografía, la esfinge que
oculta, en su terquedad de siglos, las claves de mi futuro. He observado tantas
facetas suyas que a menudo he sentido el vértigo del que se adentra en un
laberinto, ese laberinto conformado por las múltiples Españas en el que tantos
y tantos españoles se perdieron antes que yo.
Quizá llegó el momento de dejar de pensarla, de dejar
incluso de sentirla y de empezar a hacerla. Porque a España no se la lleva en
el corazón: se la lleva en las manos. Esas manos que trabajan el hierro y la
cerámica; las manos que amasan el pan y que ordenan las palabras sobre el
papel; las manos que consuelan al moribundo y arropan al prematuro. Las manos
que traen esperanza. Porque España no son sus paisajes, sus iglesias ni sus
cielos, ni siquiera su historia; España son los españoles, los que fueron y los
que somos, con todo lo que hicimos y lo que queda por hacer. No hay país sin
conformidad de voluntades en el empeño común. España tendrá el futuro que los
españoles, con nuestro esfuerzo y nuestro entusiasmo, convengamos en construir.
Salgamos pues a la calle a hacer España. Una patria común de la que sentirnos
orgullosos no solo por lo que fuimos o pudimos haber sido; sino también, y
principalmente, por lo que aspiramos a ser.
Seudónimo: Diego Bastida
Licenciado en
Ciencias Políticas
Trabaja en
publicidad
Reside en
BILBAO
(XI Antología)
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