A LA LUZ DE UNA VELA
Era una noche nublada, allá por el siglo XVII. Miguel no conseguía dormir. Una
idea rondaba por su cabeza y no le dejaba conciliar el sueño. Encendió una vela
y se dirigió hacia su mesa. Y allí sentado, a la luz de aquella vela, la idea
cobró forma con el movimiento de su pluma. Don Quijote y Sancho Panza habían
nacido.
Siglos después, un grupo de niños sentados a orillas del
Tajo, en una noche nublada a la luz de una vela, leía en voz alta el último
capítulo de Don Quijote de la Mancha, sin tan siquiera saber que Cervantes
necesitó tantas velas como noches en vela pasó para concluir las andanzas del
ingenioso hidalgo.
Ana González
Menéndez
Doctora cum laude en Filosofía, especialista
en Teoría de las Artes y Estética por la Universidad Complutense de Madrid
Grado en
Música y Posgrado en Inteligencia Emocional y Educación
(XI Antología)
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