miércoles, 14 de marzo de 2018

ANTOLOGÍA 2017: CUANDO LO RECUERDO, LLORO




CUANDO LO RECUERDO, LLORO

Bien raro es que en una aldea lejana de un país en guerra sus habitantes erijan una única estatua como altar de su admiración patriótica a un personaje que ni nació allí, ni en ese país, ni en ese continente. En la plaza principal de Paribarí, adornada de chicalás, ceibas, limoneros y malváceos, domina una estatua de tamaño natural con la altivez de un águila. Sus habitantes le pagaron a un escultor de Bogotá con una colecta que abarcó cinco municipios para cuyo encargo le aportaron al artista varias fotos del prócer en distintas edades, pero insistieron en que no lo querían con la imagen de enfermo y viejo de sus últimos años, ni con la de un penitencial predicador como aparecen los santos en los almanaques. Querían que le marcara el ceño fruncido de la determinación, una boca que proclama a la rebelión y el brazo enhiesto señalando el paso hacia adelante. Se trataba del padre Benigno Arizmendi, natural de Lanciego, Álava, sacerdote jesuita, párroco de Paribarí durante cincuenta y dos años. Antes de arribar a Colombia, en 1973, anduvo por Sudán, Costa de Marfil y Mauritania; El Salvador, Nicaragua y Bolivia.

Pudiendo haber elegido una opción menos riesgosa, se mezcló con aquellas sufridas comunidades de tal manera que no solo era uno más de ellos, era el mejor. Nunca empuñó ni aprobó las armas, desanimó a los armados, concilió los bandos, contribuyó a restañar heridas, exorcizó los rencores. Fuerte de cuerpo y espíritu superó cinco atentados, fue herido muchas veces a bala y con mortero de granada, pero jamás claudicó.

Cuando la orden quiso jubilarlo y traerlo a las tierras apacibles de su nativa Álava para pasar sus últimos días, el padre Benigno respondió: «¿Por qué he de irme, ahora que somos tan felices?».

Enrique Olaya Escobar
Entre los Andes colombianos y las orillas de Alicante
(XI Antología)

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