EL CERRO MARMOLEJO
Hacía calor en aquel cercanías incómodo y bullanguero. El
joven herido intentaba abstraerse de la batahola ambiental sin conseguirlo. Con
el ceño fruncido, manifestaba su pena interior y disimulaba la congoja de su
alma doliente, pero su amargura no cedía.
Por un momento, visualizó las circunstancias que
desencadenaron el siniestro mortal.
Con qué ilusión había preparado el trekking, con sus
dos compañeros del alma, al seis mil más austral de los Andes; qué feliz el
encuentro en aquel coqueto albergue de Baños Morales en Chile; con qué
optimismo atacaron la cima en la amanecida del sexto día de ascensión.
Ahí, se acentuó su postración y unas cálidas lágrimas
afloraron, irrefrenables, para aliviar su aflicción.
Se estremeció al evocar la virulenta sacudida de la
montaña que sembró de rimayas aquel inofensivo glaciar para engullir a sus
amigos como un hambriento sifón.
No recuerda más. Ayer se despertó en un hospital de
Santiago, donde le entregaron aquel frío y escueto telegrama: «Trámites de
repatriación. Rogamos se persone en la morgue n.º 3 para
reconocimiento-identificación de cadáveres. Cónsul de España».
Esta vez sus ojos se arrasaron de lágrimas aciduladas que
le provocaron un angustioso sollozo.
Cuando el tren se paraba, se levantó vacilante hasta
envararse frente a la ventanilla, vislumbró en la lejanía la silueta
inolvidable del coloso andino para murmurarle una emocionada e íntima
desiderata: «¡Juan y Pedro, que las huacas del Marmolejo os transporten al
eterno valle de la amistad y el compañerismo!».
Pablo Gasca
Andreu
Maestro
jubilado
ZARAGOZA
(XI Antología)
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