EL EXTRAÑO
Un día llegó un extraño a su reino.
Hasta entonces había sido un pueblo feliz que no conocía
la electricidad ni utilizaba vestidos. Llevaban mil años adorando a los mismos
dioses, embadurnando de cicuta las mismas puntas de flecha, no necesitaban más.
Puede que solo vivieran treinta o cuarenta años, y que las mujeres dieran a luz
puestas de cuclillas sobre una estera de palma. Pero eran felices a su manera,
la única para ellos de ser felices.
El extraño les trajo linternas y pantalones, cuchillos de
hojas brillantes, píldoras para el catarro, incluso un libro donde se nombraba
a un dios mil veces más poderoso y bueno que todos sus dioses juntos.
Quizá otros hombres más orgullosos, habituados a la lucha
y al dolor de la existencia, le hubieran tirado sus linternas a la cara, o le
habrían metido en una olla para hervirlo junto a su gran dios y comérselos
luego como primer plato. Pero este pueblo era demasiado feliz para negarse a
serlo aún más. Aceptaron los presentes del extraño porque eran buenos; los
pantalones evitaban el filo de las ortigas y las píldoras derrotaban la fiebre.
Hasta el libro de pastas doradas ofrecía enseñanzas que también eran buenas,
como era bueno el dios contenido en ellas. Durante un tiempo fueron tan felices
que se reían de ellos mismos.
Cuando el extraño se fue y se les terminaron las
píldoras, cuando los cuchillos de hojas brillantes estuvieron tan mellados que
les hicieron un agujero y los colgaron al cuello como abalorios, por primera
vez en mil años, se sintieron solos.
Carlos Buisán Gil
CIUDAD REAL
(XI Antología)
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