PASEO MALVA
Cuenta la leyenda blanca que un callado alboroto le
persuadió. Con tres letanías a Dios, la Virgen y todos los santos, su alegría y
su congoja, colmó su talega. Una razón le daba mil razones para elevar el vuelo
bajo el conocido ocaso dorado y grana. Despidió a la española dama, y agregó su
propia estela a la de muchos otros. Del suelo al cielo una saliva umbría se
anudó en su garganta. Allá arriba se sorprendió al pronunciar: «Citius, my lady».
Atrás quedó la tarde hispana. Le aguardaba el mito de que
quien emprende la aventura de fabular entre dos orillas, en la gota derramada
de azur, se trueca en candoroso coplero y recupera la inspiración. La luz se proyectaba
al lado bueno de las pasajeras nubes malvas. Cruzó las salas del paraíso hasta
soñar que le tocaban las estrellas. Qué alegría salir de lo más elevado del
infierno. «Altius», se dijo.
Prosiguió rumbo al oeste, raído como sus efímeros textos.
Iba hacia el consuelo de pródigos poetas, a la alacena de navegantes
intrépidos. Sería forastero por hablar de otro modo, pero romanzas y romances
dejarían de ser harapos para lucir galanes y eternos.
Así su tormento fue retahíla fértil donde habitó la
memoria del olvido, chorro vivo que alejó el mal viento, el corazón malo, el
fúnebre relámpago y el largo lamento.
«Fortius», pensé al ver la tumba secular en el
umbral de las malvas empolvadas, enhiestas, hirviendo por resucitar de su
muerte viva al extranjero de la ciudadela atlántica que reposa junto a una
calavera pirata.
Luisa Fernanda Rodríguez Lara
SEVILLA
(XI Antología)
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