TENDERO AMERICANO
Me dicen que soy un tendero americano, o al menos eso me
dice Juan, mientras reparte el pan.
Con cada amanecer subo la reja chirriosa, reja chismosa,
indiscreta, que anuncia mi llegada a la prisión, mazmorra adobada con la cal y sudor
de tiempos pasados, apelmazada con tantos y tantos carnavales y festivos, esos
a los que nunca asistí, esos que se quedaron adosados a mi cuerpo, en la vieja
madera del mostrador.
La foto de colores gastados de mi mujer reposa en el más
alto anaquel, entre jamones, quesos, refrescos y toallas sanitarias también.
Mi comercio abre con los sonidos de las risas de los
niños en el colegio, esos mismos niños que me llaman bruto, porque solo sé leer
los trazos de las nubes y el lenguaje de las estrellas.
Mi comercio cierra con los sonidos del plomo y de las
balas perdidas, con la angustia de Antonio el reponedor, por demás un canario
emprendedor, que trata de llevar la ruta en su camión, y salir ileso entre
tanto bandido y extorsión.
Bellas mulatas me dejaron abultadas cuentas sin pagar,
pero ya son demasiado viejas como para ir hasta ellas y cobrar.
A veces desempolvo mi antigua maleta, y meto dentro de
ella algunas cosas, pero la nostalgia me vence, y vuelvo a mi caja
registradora, siempre vacía de dinero, pero llena de ilusiones todavía, y a la
foto de mi amada y el amor que me tenía.
Rafael Navarro Cabezas
Periodista de madre española y padre
venezolano
(XI Antología)
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