UNA APUESTA
Cierta noche, en una taberna de Chilecito (La Rioja
argentina), ponderábamos la calidad de los vinos españoles y argentinos; la
discusión se convirtió en una apuesta y el grupo perdedor debía pagar la
consumición.
—Ambas provincias
se destacan —dijo don Javier, emigrado de Logroño— por la excelencia del vino.
Y habiendo recalado en este otro paraíso enológico, no sabría deciros cuál es
mejor; pero hoy traje unos tintos y blancos de mi tierra que están como para
alzar muertos.
—Seguro que este
torrontés y el mora’o no le van en zaga —afirmó ño Deleuterio, viñatero local,
destapando un par de botellas sin marca—. Estos vinos son tan buenos que no
llegan ni a la capital de la provincia, se los toman por el camino…
Después de la
décima copa, realmente no podíamos decidir cuál era mejor, y dijo don Javier:
—Encarguemos otra
tanda de botellas, pero también algunas empanaditas norteñas para que el
alcohol no se nos suba a la cabeza.
A la vigésima copa
aún no había veredicto y, mientras seguíamos tomando y comiendo, don Javier
propuso un brindis y matizó la competencia con una adivinanza:
—¿Sabéis por qué se
chocan las copas? —Nadie pudo responder a su pregunta.
—El vino —dijo
alzando la suya— como bien lo ordenó Baco, debe impactar todos los sentidos: la
vista con su color, el gusto con su sabor, el olfato con su aroma; el tacto,
con la forma femenina de las copas. Faltaba el oído, por eso se chocan los
vasos.
Íbamos ya en la
trigésima copa, más o menos, y sin resolver la apuesta, cuando don Javier, con
los ojos luminosos por la verdad y el vino, alegó con picardía:
—Se explica, son
las mismas cepas traídas por los españoles hace quinientos años. Esa también
fue una forma de «facer Españas». ¡Declaremos empate y todos contentos; el vino
lo pagamos a medias!
José Luis Najenson
Doctor en Filosofía
Profesor universitario jubilado,
escritor y poeta
Nacido en ARGENTINA, reside en Israel
(XI Antología)
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