ÉXODOS PERMUTABLES
(A mis padres, con amor infinito)
La
lluvia desdibujaba los contornos del mundo aquella tarde otoñal.
Majestuosas,
las montañas andinas se alzaban rompiendo la línea del horizonte. El manto de
árboles, en plena transición del verde al ocre, recibía con avidez el líquido
elemento tras la pertinaz sequía. Un viento gélido sacudía las ramas y jugaba
con las hojas caídas.
En
medio de aquel paraje, acunada entre las elevaciones del terreno, se erguía
orgullosa la vieja casona.
Los
huecos antes ocupados por ventanas semejaban grandes ojos de mirada vacua. La
puerta principal, de madera ya ajada, había cedido sobre sus goznes.
El
interior presentaba un aspecto fantasmagórico; sus antiguos moradores habían
dejado atrás sus escasas pertenencias y sobre los muebles abandonados en la
diáspora se acumulaba una gruesa capa de polvo. De la inestable baranda de los
balcones colgaban ramas secas que se retorcían sobre sí mismas, mudos testigos
de la soledad y del silencio que invadían aquel lugar.
Buscar
al otro lado del océano una vida mejor, dejar atrás el escenario de sus
existencias, allí donde muchos habían abierto los ojos a la vida y donde otros
perdieron el último de sus recuerdos.
Espoleados
por la necesidad, transitaron en sentido inverso la senda de aquellos que
siglos atrás buscaron la fortuna en su tierra.
Ironías
del destino, diferentes paisajes, mismos sentimientos, iguales sueños e
inquietudes: la búsqueda de la felicidad, quintaesencia del ser humano más allá
de las coordenadas del tiempo y el espacio.
Partida
orquestada por un invisible tahúr que intercambia los naipes a su antojo. De
igual manera, el Nuevo Mundo antaño tierra de acogida pasa el testigo a la
madre patria en la vieja Europa, perpetuación eterna del ciclo de la vida.
Maribel Jódar Lorite
BARCELONA
(XI Antología)
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