lunes, 11 de junio de 2018

ANTOLOGÍA 2017: AMASANDO CANSANCIOS




AMASANDO CANSANCIOS

La vieja hornera me llama como si tuviera algo que contarme. Solo veo cachivaches bajo un manto de polvo, telarañas y olvido. Y entonces lo siento.

Allí se libran en silencio batallas de sonidos, olores y fatigas imposibles de percibir si no escuchas con el alma. Cada trozo de silencio me reclama.

Y allí está ella: mi madre, sobre una enorme artesa, envuelta por un sutil polvo blanco que envejece aún más su eterno pelo gris. Amasa, silenciosa, una mezcla de harina, amor y cansancio. Oigo el susurro de esa masa blanda y cariñosa, tan dolorida como las manos que la estrujan mientras el chasquido de una chispa huele a leña ardiendo. Ahora el quejido de las vigas, escondidas por el humo y encorvadas por el peso, trae olor a salitre y a aquel cerdo gruñón que, muriendo cada año en una macabra matanza, seguía estando allí. Yo creía que era siempre el mismo cerdo.

En la esquina, un montón de patatas huelen a tierra, a sudor de mi padre y traen los alegres gritos de mis hermanos metiéndolas en cestos.

Dos lecheras oxidadas me llevan a la cuadra; mi madre ordeña con la cabeza sobre la panza de Mimosa y llega el olor calentón a leche recién nacida.

Sobre la pared, unos sacos de trigo esconden olor a polvo, dolor del trillo que les pasó por encima y ecos de un día de trilla convertido en romería: hombres sudorosos, niños sobre trillos, mujeres con gavillas y la comida junto al río, a la sombra de las salgueras, dando tregua a sus cuerpos.

Ahí veo el candil que ilumina a mi padre en la mina, esa tumba negra donde entierra su vida y cubre de carbón sus sueños… y huele a oscuridad y tristeza.

Así, hipnotizada por sonidos que ya no suenan, olores que ya no huelen, por calor de fuego y de madre que ya no arden, y rodeada de tanto cansancio viejo, veo la dureza de unas vidas que no vi siendo niña, cuando todo estaba vivo.

Laly del Blanco Tejerina
LEÓN
(XI Antología)


No hay comentarios:

Publicar un comentario