RETRATOS
DE FAMILIA
A
menudo estoy a punto de rendirme, de cerrar los ojos a tanto dolor y tapar mis
oídos para no escuchar el llanto y los quejidos constantes. No es fácil ser
voluntaria en las costas de Grecia, pero hay decisiones que deben tomarse para
evitar que el mundo se rompa en nuestras manos.
Para
no sucumbir miro una y otra vez las fotografías de las mujeres de mi familia.
La
fotografía en sepia de mi abuela que dedicó toda su vida a la enseñanza
sembrando la semilla del conocimiento en las fértiles mentes infantiles. Mi
querida abuela que sentada bajo los naranjos en flor me leía las aventuras de
aquel maravilloso chiflado, como llamaba ella a don Quijote de la Mancha. Ella
fue una de tantas que abrieron camino en una sociedad en la que las mujeres
eran todavía ciudadanas de segunda clase.
La
fotografía en blanco y negro de mi madre, con su uniforme inmaculado como una
paloma blanca que no encaja en el centro de una guerra. Su fotografía pudo
haberse tomado en cualquier época y lugar, porque todas las guerras son
iguales, todas injustas, todas imperdonables.
La
fotografía en mi móvil de mi hija, sonriendo desde el barco ecologista en el
que hace meses trabaja para no permitir que se nos arrebate el milagro
constante de la naturaleza.
Las mujeres
y hombres de mi familia me hacen más fuerte, porque son una minúscula parte de
todos aquellos compañeros que de forma anónima, sin esperar ninguna recompensa,
han contribuido también a «facer Españas».
M.ª
Begoña Larrosa Gregorio
Diplomada
en Relaciones Laborales
Asesora
de empresas
ZARAGOZA
(XI Antología)
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