VIRIDIANA EN EL VEDADO
Humano, demasiado
humano.
Hoy, solo quiero
enumerar estos momentos,
tan densos, tan
arduos de escribir.
Que la imaginación
rellene los huecos,
los intersticios de
vida,
para contar aquel
tiempo.
Qué vendaval se desata.
Qué viento violento
cruza las calles,
penetra las
esquinas de cada mansión.
Qué aire desolado
entre sus moradores.
Qué imposibles
despedidas.
Qué tremenda
decisión.
Qué adiós.
Permanecer o
marchar.
Ver el
descuartizamiento
de tu casa-vida.
Presenciar la
entrada de los nuevos moradores,
convertida la que
fue una mansión
en michinales y
cuevas,
en cocheras y
chabolas,
en jardines sucios
y oscuros.
Permanecer y decir:
«Dios me lo dio,
Dios me lo quitó.
Bendita sea la
vida».
Partir y palidecer
para siempre.
Extranjero de sí
mismo,
como un arruinado
flamboyán con las raíces a la intemperie.
Por la noche no hay
antorchas, ni arañas, ni fastos.
Dos grandes
fantasmas iluminados,
descomunales Che y
Cienfuegos,
presiden la ciudad,
saludan la llegada
del viajero.
Certifican que
aquello fue y es verdad,
que no son una
pesadilla en la noche.
Estas cosas he
visto en La Habana,
allí acontecen.
EPÍLOGO
Llueve en Madrid toda la
noche.
Escucho la lluvia caer
sobre el alféizar de la
ventana.
Me obsesiono.
Intento cazar entre las
brumas del sueño
qué balance
de dolor, de bien, de
logro,
hay en este ir y venir
de los hombres.
Así se hacen y deshacen
las Españas.
La historia nos
juzgará.
Luis Gómez-Ullate
MADRID
(XI Antología)
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