EL
MAR DULCE
Nunca olvidaré aquel libro
culpable de mi fragosa geografía infantil: Las mil mejores poesías de la lengua castellana. Mamita me lo trajo de Buenos Aires con
mucho esfuerzo, «Así es mi vida, / piedra, / como tú. Como tú, / piedra
pequeña». Con paciencia arqueóloga llegué a descubrir la fuerza de las
palabras, una fuerza metálica y pura como la luz e infinitamente más luminosa.
Si optas por seguir siendo fiel a ti misma lo primero que toca es aprender a
hacer lo que tienes que hacer, pagar el precio por la vida que has elegido
vivir y cargar con los hijos que has decidido tener o los que no has tenido,
«Yo quiero ser llorando el hortelano / de la tierra que ocupas y estercolas»,
protegida por esos ojos de esmeralda que desde siempre llevas prendidos en las
enaguas y que sirven para librarte de la envidia de malas vecinas, «Cultivo una
rosa blanca, / en mayo como en enero».
Íbamos desde la selva a la
escuelita de San Pedro por la hidrovía del Paraná, «Con diez cañones por
banda». Las volutas de humo de las barcazas a medio hundir en las aguas del
delta del Paraná me hacían pensar en Buenos Aires, adonde mamita había ido para
comprarme el libro y la imaginaba buscándolo en esa especie de laberinto de
calles y encrucijadas dispuestas con tal mala idea que una vez dentro de él se
hacía imposible encontrar una salida. A los pocos días el río jalaba de la
barcaza y el libro de mí, mientras advertía feliz cómo sería aquel país que me
obsequiaba las palabras.
Años después, desde la otra
orilla, nostálgica, pienso en ello y redescubro aquel caudaloso río con el alma
henchida de esperanza. Me veo niña pura, renacuajo en aquella agua que todo lo
transforma, «¡Juventud, divino tesoro, / ya te vas para no volver!». Y el libro
en mis manos jala de mí, me amansa y dulcifica. Porque sueño desde la otra
orilla, desde islas inmóviles, «Miré los muros de la patria mía». Porque sueño
con los poetas, con mami, con que un día volveré.
Luis Miguel Carreras Jiménez
Licenciado en Periodismo y Derecho
(XII Antología)
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