ESPERANDO A CARONTE
Colliure, 1939
Querida Guiomar:
Si hay algo que me conforta en
estos momentos de tan hondo infortunio, es saberte en Estoril a salvo de la
insania. Tú sabes cuánto te hablaba de la tarea común de «facer Españas», pero
la lengua de Cervantes no ha sido vínculo suficiente, ay, para el
entendimiento.
Hemos perdido España, la España
rota de la maza y el hacha, la España que amaba y por la que he luchado con la
tinta de mi anhelo.
Apenas siento ya mi corazón
lacerado, y mi mano tiembla cuando cojo la pluma. Pero no renuncio a escribirte
la que presiento será mi última carta, aunque sepa que la misma tal vez nunca
llegará a tus manos.
El camino del éxodo hasta
Colliure ha sido muy duro y amargo. El gélido frío y la lluvia incesante me
hacían temer por la salud de mi madre: ella, tan noble y buena, no acababa de
entender tanta barbarie.
Este mediodía he bajado con mi
hermano José hasta el borde del mar. Sentados sobre una de las barcas que
descansaban sobre la arena, él ha respetado mi silencio, y he querido soñarte
mirando el agua, tú sentada frente al Atlántico que cantó Camoens y yo
enajenado con el ir y venir del Mediterráneo. Y ahí, frente al mar, recordé
nuestros momentos más felices…
Más tarde, miré hacia una de las
humildes casas de los pescadores y, mientras sentía cómo me sangraba el alma,
me dije muy hondo: «Quién pudiera vivir ahí, tras una de esas ventanas, libre
ya de toda preocupación». Luego nos volvimos en callado recogimiento: mi
hermano José en brazos de la melancolía y yo deseando empuñar la pluma para
abrirte mi corazón.
Ahora que ya se acerca el último
viaje y está al partir la nave que nunca ha de tornar, sé que será para ti mi
último pensamiento, porque fuiste la musa de mi verso enamorado, y, siempre has
sido, y por siempre serás, el amor de mi vida.
Antonio
Juan de Molina
(XII Antología)
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