EL SUEÑO DE CERVANTES
Dos hechos de la vida de
Cervantes me duelen, lo confieso.
El primero, los distintos
castigos a los que fue sometido durante el cautiverio de Argel por sus
reiterados intentos de fuga. Me duele especialmente que fuese colgado de los
brazos, sabiendo cómo tenía el izquierdo desde Lepanto.
El segundo, que le fueran
denegados los oficios que solicitó en el Nuevo Mundo, y que no llegase a pisar
América; porque ese, como el de triunfar en el teatro, fue un gran sueño para
Cervantes, el sueño americano, que era el sueño de España desde el s. xvi.
«Tengo certeza de que hay cuatro
puestos vacantes en América», escribe en su solicitud al Consejero de Indias.
El secretario de la Comisión responde que mejor «busque por aquí donde se le
haga merced».
No había destacado en méritos:
herido en un brazo, endeudado, arruinado; había estado en la cárcel, no tenía
méritos. Cervantes no tenía méritos.
Y responde así a la negativa,
como un bien nacido: «De buen deseo suplico a vuestras mercedes del
agradecimiento en las suyas que merecen, solo porque entiendan que no soy yo
desagradecido». Y a otra cosa.
Lo que me duele es la falta de
reconocimiento en vida, pero antes o después todo llega, y a lo pasado, pasado.
«Pues como ni el bien ni el mal son durables, habiendo durado tanto el mal, el
bien tiene que estar cerca». Lo dijo Cervantes.
Lo dijo Cervantes, y yo lo creo.
Que así sea.
M.ª del Mar S. G.
(XII Antología)
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