LA CARTA DEL MANCO
… En el aire aventábanse ya las
miasmas de los hideperros de los turcos, mas para mi desgracia estaba yo con
calenturas.
Deliraba, recordábanseme de
pronto las calles de Génova y aquel mandracho donde, amén de los rubios
cabellos de las genovesas, conocí también la suavidad del treviano, el valor
del montefrascón, la fuerza del asperino y los espíritus de los buenos vinos
hijos de Baco.
Presa era de quebrantos. Asábanseme
los sesos como en la parrilla de san Lorenzo y no regía. Mas cuando dispensáronme
para soterrarme en bodegas y dejar pasar el combate, alceme con redaños para
responder al capitán que más quería morir peleando por Dios y por su rey que
esconderme so cubierta.
Batímonos con el malhadado turco.
Y los condenados tenían bombas de fuego hechas de alquitrán, que prende incluso
en el agua; tenían astas y flechas llenas de empecibles; tenían yerbas cuya
ponzoña mata al incauto; mosquetes e incluso cañones. Y mucha confianza, que es
la mejor ventaja que haya.
Mi hermano Rodrigo y yo luchamos
con denuedo. En pie, por el rey y por Dios. Y con orgullo puedo deciros lo que
a buen seguro ya sabéis. Vencimos al turco allá donde los pontificados llaman
Lepanto.
Un arcabuzazo desbaratome el
brazo izquierdo y parece que ha de quedar inútil la mano izquierda, razones por
las que llevo en Mesina dos meses ya y otros tantos que han de quedar, atendido
por próceres que me recuerdan a padre y al abuelo con sus cirugías y remedios.
Mas no es precio alguno tras haber participado en la más alta ocasión que
vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros.
Y con esto Dios os dé salud, y a
mí no me olvide. Sea, especialmente que a mí no olvide y perdónenseme los
pecados. Vale.
Firmado: Miguel de Cervantes y
Saavedra
Francisco Javier F. V.
(XII Antología)
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