LA VUELTA A CASA
El viento soplaba con fuerza
aquel día. La sensación de mi piel erizada me hacía sentir que lo había
conseguido, me hacía sentir la tan ansiada libertad. Estar más de trescientos
días encerrado en una iglesia en pie de guerra no fue tarea fácil. Fueron días
de hambruna, resistencia y tentación. Recuerdo como filipinas desnudas paseaban
justo enfrente de la iglesia para recordarnos los placeres que nos aguardaban
fuera de esas paredes, pero ninguno de nosotros sucumbió a la gran tentación.
Siempre hay algo de esperanza y
jarana en cualquier desaliento y así fue también para nosotros. En Navidad
hicimos sonar los tambores y convertimos viejas latas en instrumentos. Aquel
día nos sentimos vivos, fue como transportarnos a nuestra lejana y amada
patria. Con empeño aprendimos a esquivar la muerte y cuando algunos de los
nuestros cayeron en ella, con humor y mansedumbre la toreábamos.
Y allí estaba yo, Martín Cerezo,
viento en popa a toda vela rumbo a Barcelona. Habíamos sobrevivido treinta y
tres y fuimos los últimos en Filipinas. Aguas salvajes entre bosques frondosos,
eso era Filipinas. Un paraíso centenario digno de admirar que, sin embargo, a
nosotros nos dejó un sabor amargo. Volvíamos a casa, orgullosos de haberlo
intentado hasta el final, de haber luchado por España y por los nuestros.
Habíamos perdido Filipinas, pero nos habíamos ganado a nosotros mismos.
Clara Estela
VALENCIA
(XII Antología)
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