EL ÚLTIMO REGALO
Conocí a Amerigo haciendo un
voluntariado de conversación en catalán con personas recién llegadas a
Barcelona. Sin embargo, constaté que dominaba la lengua de Ausiàs March mejor
que yo. «Lo que necesito es aprender castellano, pero no encontraba iniciativas
similares a la vuestra», admitió. Me ofrecí a ayudarlo sin ambages, ya que
mantener la vitalidad de este idioma y «facer Españas» es una tarea común.
Nuestra plática solía girar en
torno a su lugar de origen: Alguer, una de las ciudades sardas que
pertenecieron a la corona de Aragón. Me hablaba de sus murallas, fortalezas
salpicadas de aspilleras y bastiones derramándose sobre el mar, como guardianes
de piedra conjurados contra la amenaza corsaria. También me describía la danza
de ojivas de sus templos góticos, vigilados por el azul de un Mediterráneo que
seguía refulgiendo en sus pupilas. Los recuerdos lo abrumaban.
«Pronto me marcharé», me confió
una mañana de cielos plúmbeos. Entre sus dedos, nudosos y arqueados por la
tiranía del tiempo, sostenía una novela: Los diez libros de fortuna de amor. «¿Sabes? La escribió en español Antonio de lo Frasso, un autor sardo.
Es una de las obras que Cervantes salvó de la hoguera en el episodio de la
quema de libros del Quijote. Me
gustaría que la leyeras».
No pude devolvérsela, ya que
nunca lo volví a ver. Solo una inserción en La Vanguardia me
dio razón de la suerte de aquel italiano anciano y soñador que, horas antes,
acababa de fundirse con la eternidad.
Cèlia Roca Martín
BARCELONA, 1980
Licenciada en Periodismo, Humanidades y Asia Oriental. Máster en Cultura
Clásica y posgraduada en Comunicación Empresarial y Edición
(XII
Antología)
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