EL VIAJE DE LA PALABRA
Anoche nuestra conversación
transcurría trivial, también vital, como suelen ser las pláticas de sobremesa
entre comensales que se citan los sábados para compartir rutina y mantel,
amistad y destino. Empero y no sé a santo de qué, dijiste una palabra que
fulguró por un instante entre las demás. «Alcuza», dijiste. Y fui ungido. Y fue
como una revelación, como la súbita aparición de un oasis o una isla en el
horizonte. O como cuando, al desecarse un pantano, queda al descubierto un
pequeño puente por el que otrora cruzaron otras vidas. Así fue. Sin razón
aparente, dijiste «alcuza». Y tuve la sensación de que todas las razones que en
mi lengua han sido, desde la más nimia a la más enjundiosa, se manifestaban, se
derramaban sobre el mantel a cuadros de mi pensamiento.
Anoche, en mitad del runrún de
una conversación tan trivial como franca, te escuché decir «alcuza». Y tu voz
sonó persa, y aramea, y árabe. Y también a la vez, griega, latina, gótica,
americana, hispana…
(Tras esta epifanía de la
palabra, un no sé qué ha quedado balbuciendo, oliendo a olivas en sus ánforas,
atravesando mares, circundando el mundo, iluminando silencios, faciendo camino, «abriendo con amor el aire, abriéndolo con delicadeza
exquisita», como aquella mujer superviviente en aquella poesía de don Dámaso).
Ricardo Bermejo
SAN FERNANDO (Cádiz)
(XII
Antología)
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