EL NEGOCIADOR
Solo recuerdo que llovía y que portaba una Biblia como única pertenencia.
Caía la noche a las afueras de Cali. Me dijo que venía andando desde Venezuela,
donde las cosas no estaban mucho mejor. Que si tenía algo de comer. Le contesté
que mi mantel era el suyo.
Aún no se había extinguido enero y el número de granjeros muertos
sobrepasaba la quincena. La cara más violenta de las FARC. Yo solo poseía un
cuarto de hectárea, dos caballos, a cual más viejo, y un chamizo de madera que
había levantado mi bisabuelo.
Como no tenía habitación de invitados, esparcí una pila de paja que, junto
con una almohada desgastada, hizo de catre.
—Acostumbrado al suelo de la cárcel, esto es un palacio —expresó, como
queriendo sincerarse.
Sin saber eludir mi curiosidad, le pregunté. No le costó hablar de su
pasado. De cómo había sido guerrillero y había hecho cosas de las que se
arrepentía. Nunca le negué a nadie una segunda oportunidad, por lo que, pasada
la medianoche, decimos ir a dormir.
Cautivo en un duermevela, oí a los pencos relinchar. Y un ocaso rojizo
irrumpió por la ventana. «Ningún amanecer madruga tanto», pensé, y casi por
inercia acudí a sofocar un fuego que devoraba mi cobertizo. La lluvia fue mi
aliada. Mientras, a lo lejos, mi invitado, impertérrito, se hallaba delante de
seis encapuchados a los que les transmitió unas palabras que no acerté a
escuchar. Cuando llegué hasta él, los hombres ya habían emprendido su marcha.
—Volveremos —gritaron desde la distancia.
—No volverán —me tranquilizó con un tono casi cicatrizante.
Y una calma tensa no detuvo nuestro sueño. Cuando amanecí ya se había ido…
no le pude dar las gracias.
Han pasado muchos años y sé que él ya no se acordará de mí, pero ayer lo
reconocí nada más verlo en televisión. Lo presentaban como el negociador que
había convencido al grupo guerrillero de disolverse y entregar las armas. Habló
a cámara y sentí que me miraba a través de la pantalla.
—La palabra es el camino.
Daniel Somolinos Pérez
Periodista en el diario El Mundo
(XII Antología)
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