Ñ
Me decían Ñaño, de niño me decían Ñaño. Pero en la casa pronto dejaron de
hacerlo. Desde luego esa impronta preciosa de dos eñes en mí, supongo que
moldeó la conciencia de mi estirpe. Dos eñes, se me antoja, son la metáfora de
dos arenas, una España europea, una América hispana, ¿cuál de las dos más
España?... dos orillas y, entre ellas, nosotros, con los brazos extendidos como
un Cristo español buscando uniones; sujetando la historia en medio del mar. Una
España entre dos líneas, o quizá, dos Españas en una línea, la del corazón, esa
que recuerda la línea curva descrita por la saeta de Eros. ¡Eso, justo eso!, el
Eros de dos Españas que se buscan y se enamoran como lo hace Narciso en el
estanque.
Pero estas dos Españas, sabiéndose una, se gozan múltiples, y se
enorgullecen mirando a la otra como lo hacen los hermanos que se saben
distintos y se entienden iguales; haciéndose gestos lúdicos de fraterna
complicidad y sintiendo, cada cual en la otra y por la otra, emoción y humores
buenos. Y el cuerpo palpitante responde agradecido ante el estímulo que ofrece
un mirarse en el afuera tan bien representado. Haciéndonos, constantemente, en
cada palabra y cada gesto, en cada gozo de cada acento y dejo, faciéndonos en el sonoro y
recio castellano, español universal que no conoce ocasos.
Leonardo Bottaro Naranjo
Caraqueño
Licenciado en Letras por la Universidad Central
de Venezuela
Profesor de Literatura
(XII Antología)
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