PAPA FRITA
Arrebatada de las entrañas de la Pachamama, con el nevado de Pariacaca como
testigo, fue conducida por angosturas e infiernos verduzcos hasta un puerto
tropical donde se arremolinaban toda suerte de buscavidas.
Subida a una nao, a salvo del salitre, la ira de la mar y los pérfidos
corsarios arribó al vibrante Puerto de Indias gracias a marinos capaces de
sortear toda clase de escollos con gran maestría. Hacinada en un saco de
esparto, la llevaron en volandas hasta una tabernita regentada por una
sevillana de pupilas morenas, que la desnudó con delicadeza, la despiezó y la
arrojó a una olla de aceite que hervía con fiereza. Pero lejos de convertirse
en una escena bosquiana, el óleo santo la abrazó con tal fervor que lloró de
alegría.
Y tras finalizar el rito, la ataviaron con una túnica áurea y una mantilla
de sal, muy similar a la vestimenta de la sacerdotisa fenicia que plantó el
primer olivo en la «tierra de conejos».
Escurrida de los últimos ósculos
oleaginosos, el milagro se obró y la civilización descubrió el mayor de los
tesoros, aquel que unía al inca con el egipcio y reflotaba la gastronomía de
«más allá de las columnas de Hércules»: las patatas fritas, engendradas desde
el cariño y la humildad. Y la rica fritura deseó no ser usurpada por culturas
amantes de la grasa animal y las viandas fugaces, pues si existía un símbolo
que representaba a «facer Españas», sin duda era la papa del inca frita con
aceite de oliva fenicio, griego, romano, árabe y cristiano.
David Sendra de Bona
Técnico forestal y pastor titulado
VALENCIA
Escribe por y para la naturaleza
Guerrero de Gaia
Amante de los vencejos
Buscador de árboles centenarios en sus ratos libres
Devoto de Penyagolosa
(XII
Antología)
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