SÚPLICAS
«¿Sabéis a qué he venido a estas
tierras lejanas? Pues os digo, he venido a fraccionar tierras, he venido a
domeñar a los incautos, he venido a impartir justicia. He aceptado con sumisión
las tareas encomendadas por el gobernador Hernández y los que le han sucedido,
pero mis reclamos resultaron postergados.
Pues os digo: ¡las cosas no han
resultado como lo había pensado! Por la Corona he renunciado a mi familia, he
renunciado a mis verdaderos hijos y he procreado otros. Ya no temo deciros. He
procreado hijos mestizos, hijos no deseados como se los llama. Tantos años han
pasado, ¡tantos!, que ya no sé cuál es mi tierra. Tantos, que me cuesta
recordar el rostro de Alejandro, mi primogénito.
Pues os digo, desde mi llegada se
han sucedido seis gobernadores aquí en Concepción del Uruguay. Mientras tanto
he perdido mis años de juventud y con ella, la esperanza de mi regreso. También
he dejado de recibir correspondencia, ¿acaso me habéis olvidado?
¡Veinticinco años han pasado! Veinticinco
años, y no hay un día que no recuerde a Sofía, mi amada esposa, y a mis cuatro
retoños. No hay día que no recuerde la basílica de Nuestra Señora del Pilar. No
hay un día que no piense en mi liberación.
Os ruego por mi retirada, este
funcionario ha cumplido su misión. Pues os digo, veo mi rostro curtido, mis
manos toscas y temblorosas, mi cabellera gris, mi alma agrietada.
¡Os ruego! Elevad esta petición a
la Corona, os ruego sea justicia para este viejo abatido».
Así se dirigió el Dr. Diego de la
Cruz a los secretarios del virrey, y mientras secaba sus lágrimas con el
pañuelo bordado por Sofía, entendió que aquella era su última apuesta.
Lic. Delfina Trincavelli
BUENOS AIRES (Argentina)
(XII
Antología)
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