GOLONDRINA
La
golondrina me deja un abrazo a la distancia
porque
ya el otoño acecha.
Entonces
se juntan mis manos y tu voz:
etéreo,
dulce, nuestro palacio de amor.
La golondrina bajó con la brisa
fresca, al atardecer (se podía dudar quién traía a quién), y se posó en un
cable: el fluir de la electricidad le hacía masajes. Estaba cansada, un viaje
de Argentina a México es agotador. No calculaba jamás distancias ni tiempo, mas
su vuelo, rápido y bien orientado, la llevaba indefectiblemente por buen
camino. Siempre ha sido así para las golondrinas: cada tanto emigrar siguiendo
el mismo itinerario.
Otras golondrinas se posaron
junto a ella meciéndose en el viento. Su mirada recorrió el paisaje. ¡Allí, el
mirto blanco! Su árbol preferido, su punto de referencia: le indicaba que
estaba en la dirección correcta en su vuelo al convento de San Juan. ¡Oh, ahí,
realmente a vuelo de pájaro, el mirto blanco! El mirto blanco estaba allí antes
que el convento, el amado mirto, que la naturaleza había creado para guía de la
golondrina… Saltó al aire y voló hacia el viejo amigo, olvidando cansancio, con
una especie de sed, la sed de llegar a casa.
El uniformado alzó la mano. La
golondrina descendió lentamente, llena de perplejidad. Sin duda había una
confusión. El uniformado se tiró de las mangas, se alisó el bigote y con gesto
marcial le pidió los documentos y la visa de ingreso al país. La golondrina lo
miró avergonzada, no tenía nada de eso. El uniformado le explicó que no podía
entrar al país de ese modo y que los indocumentados, los ilegales, los
extranjeros eran los culpables de todas las desgracias de la nación.
Amablemente, primero, acariciando su arma, después, le dijo que se retirara. La
golondrina informó a otras la novedad. Casi todas emprendieron el vuelo
cambiando de rumbo, y ella… Ella se quedó ahí, emplumadita en penas, en la
frontera, mirando con tristeza su querido mirto blanco.
Fernando Azamor
Nacido en BUENOS AIRES (Argentina) el 18 de marzo
de 1958
Bibliotecólogo y escritor
(XII Antología)
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