«De pequeños idealizaban
las vacaciones estivales en los pueblos de sus padres. España era, en sus
mentes, un lugar cálido de recreo… A pesar de eso, tenían que llevar a cuestas
aquel incómodo apodo con que los acuñaban sus primos u otros chicos del pueblo
y se les abrían las carnes porque ellos se sentían, y se sienten, muy españoles…»
(pág. 140, Óscar Gómez Calvo).
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