QUIJOTADA
Una lengua para los sueños
que encienden las veras
de todos los molinos que rugen
piel adentro,
que giran entrópicos en
el soplo de las palabras,
danza aquelarre.
Para enamorar entrañas de
Dulcineas que se encierran en
las Aldonzas
con sus esperanzas ajadas.
Para defenderse del furor
del tiranuelo, espantapájaros
congelado por el miedo,
grotesco muñeco desahuciado
del esperpento.
Para sembrar los derroteros
del porvenir
con baciyelmos en llamas,
almas amanecidas entre las
grietas.
Para nacer, genésico, entre
los pétalos enardecidos,
de nuevo entre jirones.
Para ahuyentar las sombras
y sus pisadas, ecos oscuros
que salpican la noche,
palpos en lo umbrío de la
huella.
Para cabalgar, ante las
devastaciones ruinosas del tiempo,
Rocinantes que se acrecen a
cada dentellada,
y para conjurar escombros
melancólicos.
Para diseñas Clavileños,
para invocar corazones de
madera
que mastican las astillas
en los umbrales del fuego.
Para visitar
los bordes silentes
en la consunción de las
fronteras.
Para construir
suelos en la Mancha, delación
de
los cielos, paseantes de la
calma amortajada.
Para inventar
rebaños en las corrientes,
efímeros rizomas de
gigantinos
y
molinantes
que habitan en la desnudez
eterna
de todas las ausencias.
Para que te seas todas las
veces
en todas las batallas entre
labios,
para nombrarte.
Enrique Ortiz Aguirre
Doctor en Lengua y Literatura Españolas por la Universidad
Complutense de Madrid
DEA (Diploma de Estudios Avanzados) en Literatura Hispanoamericana
Profesor asociado en la facultad de Educación-Centro de Formación
del Profesorado
(XIII Antología)
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