«Yo quería pagar mi tributo. La vida me sonreía, sin sentirme merecedor de tanto agrado. Había estudiado la carrera militar y tras bastante esfuerzo y mucha diversión, terminé la misma como teniente de artillería… Mi reemplazo había sido llamado a filas para partir hacia Cuba… Ni cañones ni fusiles ni machetes pudieron conmigo. Fue el vómito, el maldito vómito negro lo que me destruyó» (pág. 180, Pilar Comenge Muñoz-Cobo, «Fiebre amarilla»).
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